Panel 2 : Confluencia historica
Entre los siglos XII y XIV se crearon en torno a 400 bastidas en el sur de Francia. Estas bastidas eran ciudades nuevas, que se construyeron con fines económicos, militares y políticos. Algunas de ellas han llegado a ser ciudades importantes, como Libourne o Montauban, otras han seguido siendo simples aldeas, mientras que otras quedaron como meros proyectos, que nunca llegaron a construirse.
La fundación de la bastida de Libourne se inscribe en este contexto. No obstante, si bien cumple con los objetivos generales que presidieron la creación de las bastidas, Libourne conserva algunas peculiaridades.
1 El objetivo económico
La actividad portuaria del sitio de Libourne es conocida desde el período galorromano. Desde el siglo XI, la aparición de grandes estados feudales favoreció el renacimiento de importantes redes comerciales, generadoras de recursos aduaneros para los señores. Libourne en particular se benefició de esta circunstancia, al igual que Bayona o Burdeos, aprovechando su acceso directo al mar y a la cuenca comercial constituida por las posesiones del rey de Inglaterra. Desde su creación, los mercaderes de la bastida se beneficiaron de numerosas exenciones fiscales.
Otros privilegios, como las exenciones del servicio militar, el derecho a celebrar ferias y mercados, así como el derecho a constituirse en una comuna, también se concedieron a los residentes de la ciudad para atraer a la mayor población posible de colonos y para garantizar a la nueva ciudad un dinamismo económico que fortaleciera el Ducado de Aquitania.
Los orígenes ancestrales de la ciudad hicieron de Libourne una bastida muy especial, ya que, al contrario que la mayoría de estas creaciones urbanas, no era una ciudad totalmente nueva, sino más bien la ampliación e integración de un pueblo portuario preexistente, denominado en el siglo XII Fozera, en el seno de un conjunto urbanístico mucho más amplio. Situado cerca de la confluencia de los ríos, el barrio de Fozera, con sus calles menos regulares conservadas desde su origen galorromano, contrasta con las calles ortogonales de la bastida, organizadas en torno a la plaza central bordeada de arcadas.
2/ El objetivo político
Antes de la creación de la Bastida, el territorio de Libourne dependía del vizcondado de Castillon, un territorio feudal, cuyo señor se había alzado unos años antes contra el rey de Inglaterra, Enrique III, quien por entonces era duque de Aquitania. Desde ese momento no se trataba de crear una bastida destinada a convertirse en una ciudad fortificada con una importante plaza comercial y de dejarla en manos de señores, que probablemente se rebelarían.
Por este motivo, en el momento de la creación de la bastida, el territorio de Libourne fue separado del vizcondado de Fronsac y puesto bajo la autoridad del rey y de sus herederos a perpetuidad. El gobierno de la ciudad estaba sometido a la autoridad de un alcalde y de un consejo municipal llamado «jurade», cuyos miembros eran elegidos por los ciudadanos. El alcalde de Libourne y el «jurade» solo respondían ante el rey o su representante. La ausencia de un señor proporcionó así a los habitantes de Libourne una garantía de libertad y al rey una promesa de fidelidad.
3/ El objetivo militar
Varios motivos justifican que Libourne sea una ciudad fortificada.
a/ Desde sus orígenes, Libourne estaba destinada a convertirse en un importante lugar comercial, cuya riqueza podía animar en tiempos turbulentos la avaricia de ejércitos regulares o de bandidos.
b / La posición estratégica de Libourne, situada en la frontera del Ducado de Aquitania y de las tierras del rey de Francia, la exponía a las expediciones militares. Así pues, la proximidad del castillo de Fronsac y el interés económico y estratégico de su puerto tan solo eran unas de tantas razones para asegurar su control. Como tal, la fundación de Libourne formaba parte de una estrategia defensiva en respuesta a las obras realizadas más al este por Alfonso de Poitiers en nombre de su hermano, el rey San Luis.
Aunque las fortificaciones de Libourne no finalizaron hasta 50 o 60 años después de la fundación de la bastida, sus dimensiones daban fe de la importancia que había adquirido la ciudad. Esta fortificación abarcaba una superficie de más de treinta hectáreas y consistía en una muralla de unos 2,5 km reforzada con torres y puertas. A modo de comparación, la muralla de la ciudad de Aigues Mortes tan solo consiste en una línea de 1,4 km.